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MADRES SOLTERAS, SIN PENA NI GLORIA

Por: Cesia J. Ramírez*

 

Cientos de cientos de visitas iban y venían todos los días a su cuarto. Gente de todas las edades, tamaños y colores. El ambiente se rodeaba de risas, de cantos y de toda una algarabía. Parecían muy amigables. Conversaban, reían, cantaban y unos hasta volaban.  Y es que en su mundo de fantasía había espacio para todo tipo de personas. No importaba si eran grandes, chicos, gordos, flacos e incluso si tenían tres manos o dos cabezas. Eran parte de su día a día: sus amigos imaginarios.

Después de todo, ¿qué tan difícil podía ser la vida con apenas cinco años de edad? Su existencia se basaba en un ciclo repetitivo que consistía en comer, dormir, jugar. Libre de deudas, dolencias, conflictos, preguntas…. ¡Bueno! Excepto de ellas.

En verdad el pequeño Jorge parecía un artilugio preguntón. Era insistente e incansable: “¿Por qué llueve? ¿Por qué las estrellas no se caen? ¿Las nubes son algodones grandes? ¿Por qué la gente se casa?” Una interrogación tras otra.  Todos los días era un cuestionamiento diferente. De lo más risible hasta lo más imposible. Había que armarse de mucha paciencia. Sus ocurrentes preguntas sonrojaban, sorprendían, pero ninguna se escapaba de ser respondida por Gloria, su joven mamá.  ¡Excepto una!

Fue una tarde calurosa de viernes, cuando después de su momento de juego, Jorgito había llegado a la cocina por un poco de refresco. Tomó un vaso de la alacena, abrió el refrigerador  y vació un poco del líquido saborizado. Caminó hacia su cuarto. Parecía haber olvidado algo, así que retrocedió unos cuantos pasos y… ¡no era un olvido! El chiquillo dijo inquisitivo: “Y yo ¿por qué no tengo papá?”, mientras alzaba la mirada hacia los ojos de su madre. “¿Dónde vive?. Carlos, Roxana y Steven, tienen uno y yo nunca he visto al mío”.
         

Gloria no sabía qué decir o cómo explicarlo. Se sentía impotente, incapaz y hasta un tanto avergonzada. ¿Cómo resolvería este embrollo? Decir un simple “no tienes papá” no era suficiente para un niño como Jorgito,  ¡tan obstinado!

Y es que la historia de aquella joven mamá se sumaba a las estadísticas de millones de mujeres en el mundo. Mujeres que ejecutan  una tarea que implica asumir responsabilidades diseñadas para ser cumplidas por dos personas, pero que a raíz de diversas circunstancias las desempeña una sola. Ser cabeza, proveer, criar, educar, forjar…Gloria era parte del fenómeno que socialmente tiene un nombre, pero además, un estigma, una etiqueta, la de “madre soltera”.  

Aquella tarde, Gloria se encontraba petrificada, congelada, como atrapada en un laberinto sin salida. No entendía cómo una pregunta tan compleja cabía en la pequeña mente de un niño de cinco años. Sabía que algún día preguntaría, pero no creyó que sería tan pronto y al parecer no estaba preparada para responder. Su vida estaba ocupada en intentar resolver otro tipo de problemas propios de una mujer que afronta la vida sola, sin la compañía ni el apoyo de un hombre que le ayude a sobrellevar los retos y compromisos que implica criar a un hijo.
          

“Todas las familias son diferentes. En algunas hay papá y mamá; y en otras sólo la mamá, como por ejemplo, la nuestra. Pero lo importante es que estamos juntos y yo te quiero y tú me quieres… y…” Era lo único que se le ocurrió decir esperando apaciguar las ansias informativas del pequeño Jorgito.

Hacía seis años que Gloria había conocido a un hombre con el que entabló una relación sentimental.  Pero como suele suceder, éste se esfumó más rápido de lo que llegó, después de saber que Gloria llevaba un hijo en sus entrañas. Jamás supo de su paradero, ni respondió las llamadas telefónicas cuando intentaba hacerlo recapacitar que se trataba de una responsabilidad compartida, que quería al menos un aporte económico que le ayudara a subsistir  a ella y al producto de su “amor”. Sus esfuerzos fueron en vano. Tuvo que continuar su camino, sola, mientras veía  alejar sus sueños y aspiraciones.
         

Su primera lucha fue enfrentarse al escrutinio social, que la estereotipaba como una fracasada, una mujer que había sido incapaz de controlar sus deseos y que ahora tenía que asumir consecuencias.  Una que no supo darse su lugar. Una que no tuvo dignidad. Una inmoral. Una pecadora.
Las exigencias de su  nuevo rol fueron volviéndose cada vez mayores, aunado a todos los sentimientos que implicaba ser madre a tan temprana edad y con tan poca madurez. El peso sobre sus hombros se volvía más pesado. A sus 21 años de edad Gloria era cabeza de hogar. Sufría en silencio de soledad, el estigma social y el creer que había truncado por completo su vida. No había nada, no había nadie. Solo un Dios a quien de vez en cuando clamaba por ayuda.

Las familias monoparentales se han vuelto un asunto reincidente en nuestra sociedad, especialmente, aquellas que son lideradas por una figura femenina. Nos hemos acostumbrado tanto a esas “Glorias” que pasan frente a nuestros ojos, desapercibidas. Muchos de los que leen ahora son el fruto de una madre soltera, que a pesar de sus limitantes sacó adelante a su familia, como pudo. Una mujer que quizá vivía sobrecargada de actividades domésticas, educativas, económicas, y que  gastó muchos de sus años  para darle una vida “digna” a los suyos.
Una mujer que luchó contra la desilusión, la soledad y por si fuera poco, la crítica de quienes la aniquilaban con palabras acusadoras. Una persona que renunció a sus propios deseos, sepultando sus más ínfimos sueños para realizar los de sus hijos. Ejemplos que son dignos de nuestro respeto y admiración.

Pero yendo un poco más allá de rendirles tributo, ¿será que debemos ver este problema desde otra perspectiva? ¿Necesitarán las madres solteras una iglesia menos querellante y más coadyuvante?  ¿Gritarán ellas por una ayuda que les permita aliviar el dolor de sus espaldas, por  el peso de lo que implica asumir la responsabilidad maternal? Quizá su realidad cambiaría al menos un poco si les diéramos un espacio, una mano, un aporte, un ¿cómo puedo ayudarle?
          

Jesús se acercaba a las multitudes para hablarles del reino, pero también les llevaba un poco de éste, cuando suplía las necesidades de la gente.  Lo que llaman “el evangelio de las dos manos” no es una técnica moderna de misiones o evangelismo, es una tarea que como Iglesia estamos obligados a hacer. Ojalá y  viéramos el fenómeno de las madres solteras como una oportunidad. Ojalá que la próxima vez que veamos a otras “Glorias”, no pasen frente a nuestros ojos, “sin pena ni gloria”.

 

*La autora es Licda. en Comunicaciones, Productora en Corporación Cristiana de Radio y Televisión y docente en la Universidad José Matías Delgado.
Hasta el año 2005,  colaboró en el área de corrección de estilo de la Revista Luz y Vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 

 

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