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LA UNIDAD: A LA LUZ DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS

Por Cándido Ramírez Sánchez*
candidoramirez@luzyvida.com.sv

 

Entre los grandes desafíos que la Iglesia del Señor enfrenta, encontramos uno en particular que podría tomarse como base de todo. Aceptarlo como desafío, ayudará a que la Iglesia avance ante otros obstáculos que surgen en el camino y la lleven a cumplir la gran tarea que como cuerpo de Cristo desarrollamos en esta tierra. Ese desafío es LA UNIDAD, aunque en los elementos a unir haya diversidad.

“¡EL PUEBLO UNIDO JAMÁS SERÁ VENCIDO!” reza un popular eslogan de los simpatizantes del movimiento político de izquierda. Pero, ¿entenderán realmente lo que significa la unidad? ¿Demuestran con sus actos la unidad que cantan los proponentes de dicho eslogan? ¿Será la unidad un anhelo idealista o algo alcanzable? O ¿deberíamos conformarnos con el hecho de que “cada cabeza es un mundo”?

El diccionario de la Real Academia define la unidad como: “Propiedad de todo ser, en virtud de la cual no puede dividirse sin que su esencia se destruya o altere. || 2. Singularidad en número o calidad. || 3. Unión o conformidad.” .

El Nuevo Testamento establece que la unidad se expresa en tener “un corazón y un alma”,  “perseverar en la doctrina de los apóstoles” “temer una misma mente y un mismo parecer”, creer en “una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos”.

Pero sigue en pie la pregunta: ¿Será posible que la humanidad logre vivenciar esas actitudes?  La historia humana demuestra cómo los pueblos lo han anhelado. También demuestra que cuando se lo propusieron, lo alcanzaron…aunque sea temporalmente. Los grandes imperios de la historia son una evidencia. Egipto, China, Babilonia, Grecia y Roma son una muestra, aunque la unidad de sus soldados y ciudadanos haya sido impuesta por la fuerza, la intimidación y la espada. Pero también evidencian que entre humanos es difícil mantenerla, pues, cuando sus gobernantes se dejaron llevar por ansias de poder, riquezas, vanagloria  y arrogancia, cayeron estrepitosamente.

La unidad es cuestión importante para la Iglesia de Cristo, puesto que al no practicarla pierde su esencia, se destruye o altera. Jesucristo lo enfatiza al declarar que “una casa dividida contra si misma, cae” (Lc. 11.17).


Toda la Biblia contiene un énfasis muy significativo acerca de este tema. El Antiguo Testamento lo ilustra ampliamente al hablarnos del accionar de Dios en unidad y pluralidad, de la hazaña de Nehemías al lograr el trabajo unido en la reconstrucción de Jerusalén; y de muchas otras formas. Pero, dado nuestro espacio, centraremos la atención en el Nuevo Testamento. Ahí se enfatiza el hecho de que Cristo, al solucionar con su muerte la verdadera causa de la desunión, el pecado, también propicia el ambiente para la unidad.

San Pablo señala que las barreras de raza, posición social y religión (las enemistades entre los “circuncisos” y los “incircuncisos”) entre los judíos y los que no lo eran (los gentiles) son rotas por la muerte sustitutoria de Cristo. Ilustra la unidad al comparar al pueblo resultante –la Iglesia-  como el edificio en el cual Dios vive y se expresa, y el cuerpo del cual Él es la cabeza.(Ef. 1 y 2).

LA IGLESIA DEL LIBRO DE LOS HECHOS

En la vida de los primeros cristianos se demuestra la unidad. El escritor del libro de los Hechos se esfuerza por expresar con palabras las varias formas en que  los discípulos demostraron la nueva luz y nueva vida espiritual recibidas y la forma diferente de ver al mundo y a las personas. Por eso señala que…
… perseveraban en la doctrina de los apóstoles,  en la comunión unos con otros,  en el partimiento del pan  y en las oraciones…  Todos los que habían creído estaban juntos y tenían en común todas las cosas: vendían sus propiedades y sus bienes y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno.
Perseveraban unánimes cada día en el templo,  y partiendo el pan en las casas comían juntos con alegría y sencillez de corazón,  alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo.
“La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma.  Ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía,  sino que tenían todas las cosas en común… Así que no había entre ellos ningún necesitado,  porque todos los que poseían heredades o casas,  las vendían,  y traían el producto de lo vendido”. (Hch. 2.44-47; 4.32, 34)

De estas declaraciones aprendemos que la unidad se demuestra por: 1. Mantenernos juntos (a pesar de las diferencias personales), 2. Perseverar en la doctrina de los apóstoles, 3.Comer juntos, 4. Orar y adorar juntos, 5. Actuar con humildad y “sencillez de corazón”, 6. Compartir lo que tenemos con nuestros hermanos de manera voluntaria, espontánea y alegre, 7. Ayudar a los necesitados, 8. Ganarse el  “favor con todo el pueblo”.


Entiéndase que esta unidad y compartir –ese comunismo- es producto del amor de Dios derramado en los corazones, del “ablandamiento” producido por el Espíritu Santo. Por cierto, totalmente diferente del impuesto por la fuerza del estado, por la ley, por impedir el ejercicio de las libertades individuales, por reprimir a los oponentes, que es la filosofía y práctica del marxismo leninismo en aquellas sociedades donde impera.

LAS ENSEÑANZAS APOSTÓLICAS

Las enseñanzas apostólicas insisten en el mismo tema. Las cartas de Santiago, Pablo, Pedro y Juan lo demuestran. Santiago plantea que la verdadera y agradable religión aprobada por Dios es aquella que ayuda a los necesitados (representados por los huérfanos y las viudas) y conduce a una vida de consagración a Dios (St. 1.27); y contiene palabras fuertes por tratar de diferente forma a los ricos y a los pobres (2.1-9). Insiste en que la fe se demuestra con hechos de servicio y amor al prójimo (2.14-26).

Pablo, el apóstol, insiste en todas sus cartas que el cristiano debe ser humilde y considerar a los demás como superiores a él. Presenta a Cristo como el modelo de humildad y servicio (Fil.2.2-8). Exhorta a que en la Iglesia de Cristo se cambie la moda de aquella sociedad y que no existan grupos distinguidos ni predominantes (Colosenses 3.11, 12). Anima a los creyentes, diciéndoles: “vivan de una manera digna del llamamiento que han recibido,  siempre humildes y amables,  pacientes,  tolerantes unos con otros en amor.  Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz.  Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu,  así como también fueron llamados a una sola esperanza;  un solo Señor,  una sola fe,  un solo bautismo;  un solo Dios y Padre de todos…” (Ef. 4.1-6 NVI). Insiste en que la razón por la que Dios ha dado dones ministeriales en la Iglesia es para trabajar “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe” (Ef. 4.11-16).


Pedro exhorta a los líderes a cuidar la Iglesia “no por fuerza,  sino voluntariamente;  no por ganancia deshonesta,  sino con ánimo pronto;  no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado,  sino siendo ejemplos de la grey” (1 P. 5.2, 3).

Por su lado el apóstol San Juan motiva a los creyentes al amor y la unidad señalando: “Pero el que odia a su hermano está en la oscuridad y en ella vive,  y no sabe a dónde va porque la oscuridad no lo deja ver”. Todo el que odia a su hermano es un asesino,  y ustedes saben que en ningún asesino permanece la vida eterna. En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros.  Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos.  Si alguien que posee bienes materiales ve que su hermano está pasando necesidad,  y no tiene compasión de él,  ¿cómo se puede decir que el amor de Dios habita en él?
Queridos hijos,  no amemos de palabra ni de labios para afuera,  sino con hechos y de verdad. (1 Jn.  2.11 y 3.15-18 NVI)

APLICACIONES PARA HOY

Frente a este cúmulo de enseñanza y evidencia, urge que tomemos conciencia de la trascendencia de la unidad para la Iglesia. Todo cristiano, pero con mayor razón todo ministro, debe procurar la unidad para andar a la altura de su posición espiritual en Cristo. Debe esforzarse por comprender que “cada cabeza es un mundo”, pero que el Rey busca que esos “mundos” se enfoquen hacia un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre; manteniendo así la unidad doctrinal, frente a “los lobos rapaces que no perdonarán al rebaño”. Debemos esforzarnos por “buscar lo que contribuya a la mutua edificación”, por “mantener la unidad del Espíritu”, por andar “con toda humildad y mansedumbre”.

Si  los ministros y los miembros de la Iglesia fallamos en esto, perdemos nuestra esencia, nuestra razón de ser; dejamos de ser el Cuerpo de Cristo, el templo en que Dios habita. Dejamos de ser la luz del mundo y la sal de la tierra.

Si un ministro se empecina en actitudes de rebeldía, indiferencia a las actividades comunitarias de la denominación, a ignorar, cuestionar e irrespetar las directrices del liderazgo nacional y a desatender la comunión con los demás ministros, se daña a si mismo, estropea su propio crecimiento espiritual, y afecta el crecimiento de la congregación que dirige e impide el cumplimiento de la oración del Cristo agonizante: “Permite que alcancen la perfección en la unidad,  y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí.

 

* El autor ejerce el pastorado desde 1970. Actualmente es Pastor Asociado del Templo Nuevo Getsemaní de las Asambleas de Dios en Antiguo Cuscatlán, La Libertad.  A la vez, funge como Tesorero en la actual Directiva de la Revista Luz y Vida.

 

 
 

 

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