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EN BUSCA DE LA ARMONÍA ORGANIZACIONAL

director@luzyvida.com.sv

 

La Real Academia define el término organización como “la acción o efecto de organizar u organizarse”. Explica, además, que es “una asociación de personas reguladas por un conjunto de normas en función de determinados fines.”  En tanto que “organismo”         - dice el ente colegiado - es  “Un conjunto de leyes, usos y costumbres por las que se rige un cuerpo o institución social. Un conjunto de oficinas, dependencias o empleos que forman un cuerpo o institución.”


En ese sentido, podemos afirmar que la Conferencia Evangélica de las Asambleas de Dios es tanto organización como organismo. Somos una asociación de personas, reguladas por un conjunto de normas bíblicas y eclesiásticas previamente aprobadas por la Asamblea General (ministros y delegados que representan a las iglesias). Para lograr funcionalidad organizacional, se han creado empleos (cargos) y dependencias (oficinas) que viabilizan el quehacer administrativo y expansivo de la denominación.
Nuestra historia señala que “en 1924  cerca de 300 predicadores y laicos representando a 20 estados y varios países foráneos se reunieron en un concilio general en Hot Springs, Arkansas, para discutir y tomar acciones ante las crecientes necesidades.”

Las razones que motivaron esa histórica reunión fueron: “Buscar la unidad doctrinal, la permanencia del trabajo realizado, (interés por las misiones, establecer a las iglesias legalmente bajo un mismo nombre, y la necesidad de crear una escuela de entrenamiento bíblico.” (Aunque diez años antes se había constituido oficialmente el Concilio General de las Asambleas de Dios en Estados Unidos. –Nota del escritor-).


Desde aquellos remotos años, hasta hoy, las iglesias afiliadas a las Asambleas de Dios se mantienen unidas en el aspecto ministerial y legal, pero permitiendo que cada congregación local sea autónoma y autosuficiente. La denominación, cuenta con “cincuenta y nueve millones, ochocientos setenta y cuatro mil, setecientos cuarenta miembros, (59,874,740 ) distribuidos en trescientas siete mil, quinientas cincuenta y tres iglesias (307, 553) en 212 países del mundo.” Estas cifras nos indican que organizarse valió la pena.

En nuestro contexto nacional, por la gracia de Dios hemos crecido, pero, podría darse el caso de que algunos pastores e iglesias por indiferencia, ignorancia, inconformidad, premeditación o simple capricho, quieran transgredir el principio organizacional, adoptando conductas que riñan con el principio de unidad que debe prevalecer entre nosotros; si es que queremos darle continuidad a aquellos motivos por los cuales se reunieron hace muchos años los pioneros de nuestra denominación evangélica. No adaptarse ni someterse a las normas bíblicas y eclesiásticas sería en concreto una directiva mediante la cual se estaría  potenciando el fracaso de  la organización.


Para ninguno de los pastores es extraño - y seguramente todos lo hemos visto - cómo algún colega adopta doctrinas extrañas, abraza movimientos neopentecostales, se aísla de la comunión pastoral, se ausenta de las reuniones convocadas por las autoridades de la iglesia, elimina el logo de la denominación de su correspondencia y del rótulo de la iglesia, habla mal de los líderes, cuestiona los planes de trabajo, entre otras cosas. No se dan cuenta que,  como toda organización administrada por humanos, la nuestra también tiene sus debilidades y flaquezas, que mal haríamos en no reconocer. 


Si nuestra organización flaquea en algunos aspectos, si hay deficiencias que saltan a la vista o aspectos de los que no podemos sentirnos orgullosos; es muy probable que en gran medida, sin darnos cuenta, seamos responsables de la situación. ¿Por qué? Porque somos parte de esta grande y magnífica obra de Dios, que por más de 79 años ha proclamado el mensaje del evangelio en nuestro país. Desde la trinchera de Ejecutivo, Presbítero, Pastor, Evangelista, Misionero o miembro local, hemos contribuido para bien o para mal, con nuestra actitud o nuestro silencio a lo que la “Conferencia” es o se ha convertido. Reflexiona y pregúntate: ¿Cuál es mi responsabilidad en todo esto? Y si es preciso cambiar la actitud hacia nuestra iglesia, ¡Hagámoslo ahora mismo!


 

 

 

 
 

 

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