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DEL DIRECTOR

director@luzyvida.com.sv

 

De la inspiración poética del himnólogo surgió un canto de fe y esperanza. Canto que reflejaba en su composición el anhelo del cristianismo de mediados del siglo pasado, y que cada vez que era entonado en las congregaciones, sus notas surcaban el infinito llevando hasta el altar de Dios los deseos de una iglesia en ciernes. En las humildes casas que hacían de templo los fieles entonaban esta melodía espiritual, que revelaba indudablemente el anhelo de sus corazones:


Sed valientes vosotros los cristianos,
Trabajando en la obra celestial;
Vuestros esfuerzos alcanzarán victoria,
La bandera jamás habréis de arriar.
Algún día veremos ¡Oh hermanos!,
Coronado nuestro magno ideal,
Esparcida por toda nuestra patria,
La gran obra cristiana celestial.


Y  vaya que esta melodía motivó a misioneros, pastores, diáconos y miembros de las pequeñas congregaciones a trabajar arduamente en la proclamación del evangelio. Estos abnegados pioneros de la obra cristiana salvadoreña caminaron grandes distancias bajo el sofocante sol, o bajo la inclemencia de la lluvia. Soportaron hambre y sed. Fueron menospreciados, ridiculizados, apedreados por lo que hacían. Pero ellos mostraron valentía trabajando en la obra celestial, seguros de que ese era el precio a pagar por el derecho a predicar de Cristo.


Creyeron sinceramente que sus esfuerzos alcanzarían victoria algún día. Esa convicción les dio fuerzas, les restauró el ánimo, les devolvió el gozo cuando fueron víctimas de la tristeza y la frustración, producto de los –aparentemente- pobres resultados obtenidos en la evangelización. A pesar de los grandes esfuerzos, los resultados eran muy pocos. Pero admirablemente, ellos se mantuvieron firmes sin desmayar.


 ¿Qué hubiera sido de la obra evangélica salvadoreña si nuestros predecesores hubieran arriado la bandera? La historia nos enseña que los consiervos que nos antecedieron fueron muy valientes, decididos y arriesgados a todo. Nunca dieron muestras de querer abandonar su misión. Gracias a ellos, la bandera de la fe siempre ondeó con gallardía en los cielos de nuestra querida patria.


En sus corazones siempre abrigaron la esperanza: “¡Algún día veremos, oh hermanos! Coronado nuestro magno ideal. Esparcida por toda nuestra patria, la gran obra cristiana celestial”. “Algún”  es un adverbio de tiempo, pero es indefinido. Muchos de esos héroes se fueron sin ver lo  que anhelaban. Ellos querrían ver iglesias en las ciudades, cantones, caseríos y hasta EN el último rincón de su amada patria. 


Ochenta años después de la fundación de las Asambleas de Dios en El Salvador respondemos a nuestros antecesores:
Hermanos, ese día que ustedes soñaban ya llegó. El ideal suyo ahora es realidad. Sus sueños finalmente se han cumplido. La obra celestial ha invadido de frontera a frontera al país. Hoy tenemos miles de iglesias en El Salvador. No hay rincón en nuestro territorio que no haya escuchado el mensaje de salvación. Nuestros templos están colmados de niños, jóvenes, adultos y ancianos que seguimos sus pisadas y continuamos la obra que ustedes iniciaron. Hoy contamos con colegios, universidades, radios, televisión, internet, y muchos otros recursos para seguir expandiendo la obra del Señor. Sus cantos de inspiración y fe hoy son una realidad. Gracias por creer, por luchar incansablemente, por su trabajo, valentía, perseverancia y lealtad a la causa de Cristo.


Hoy que cumplimos nuestro octogésimo aniversario, preguntémonos: ¿Cuál es nuestro canto de esperanza? Si nuestros hermanos de antaño esperaban ver esparcido el evangelio por toda la patria, ¿qué esperamos nosotros?, ¿cuál es la causa de nuestra lucha y esfuerzo?, ¿cuál nuestra firmeza, constancia, lealtad y determinación? Pues bien: La obra no ha terminado aun. Todavía hay inconversos necesitados de salvación. Hay mujeres maltratadas, niños abandonados, jóvenes descarriados, ancianos desamparados. En nuestro país impera la violencia, la corrupción y la maldad, contra los cuales debemos batallar cotidianamente. Abriguemos la esperanza que un día las cosas serán distintas. Soñemos que habrá paz, fraternidad y tranquilidad entre nosotros. Y que finalmente, el señorío de Cristo se impondrá en la tierra, y su  reino de justicia gobernará el corazón y la mente de cada salvadoreño y salvadoreña.


¡Gracias a Dios por los ochenta años que cumplimos! "Luz y Vida" felicita al Comité Ejecutivo, al Presbiterio General,  a los departamentos,  a los misioneros, pastores, evangelistas y a todos los involucrados en esta magna obra evangélica salvadoreña, ¡Bendiciones!   

 

 

 

 

 

 
 

 

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